Santiago Guijarro, especialista en Sagrada Escritura
Los evangelios se refieren a María con este nombre (María he Magdalené), que revela una especial relación con su ciudad de origen. La construcción de los gentilicios con el sufijo «eno, ena» era común en griego: Jesús, que era originario de Nazaret, era conocido como «Nazareno»; y uno de los endemoniados a los que curó, originario de Gerasa, era conocido como «geraseno». «Magdalena» era, por tanto, un gentilicio; indica que María era de la ciudad de Magdala. Ahora bien, esta forma de designar a María revela ya algunas cosas interesantes sobre ella. En primer lugar, aunque el uso de gentilicios para distinguir a personas que tenían el mismo nombre era una práctica habitual, no era tan común que una mujer fuera conocida por su lugar de origen.
Lo normal era distinguirlas por su relación con algún varón de su familia —padre, marido, hijo—, como ocurre en el caso de las otras Marías mencionadas en los evangelios: «María la de Santiago», «María la de José» (Mc 15,40, 47) El hecho de que esta María fuera conocida por su ciudad de origen podría indicar dos cosas: que no estaba bajo la tutela de un varón y que su vinculación con Magdala era significativa. De hecho, de los catorce habitantes de Magdala que conocemos por su nombre, María es la única mujer.
En segundo lugar, esta forma de designar a María usa el nombre arameo de la ciudad para construir el gentilicio. La ciudad que nosotros
conocemos como Magdala era conocida en aquella época también con un nombre griego: Tariquea. Este es el nombre que utiliza, por ejemplo, Flavio Josefo cuando habla de ella. Ahora bien, el hecho de tener dos nombres, uno arameo y otro griego, revela que la ciudad tenía una población mixta de judíos y griegos.
María procedía de este ambiente: era conocida por el nombre arameo de la ciudad, pero el gentilicio con que se la conocía era griego. Finalmente, la vinculación del nombre de María con la ciudad sería evidente para quienes conocían Galilea, pero no para quienes no habían oído hablar de Magdala. Por eso es muy probable que María empezara a ser conocida con este nombre en el círculo de los primeros discípulos de Jesús, lo cual refuerza la idea de que, en efecto, era originaria de Magdala.
LA CIUDAD DESENTERRADA
Las excavaciones realizadas en los últimos años han desenterrado una buena parte de la ciudad de María Magdalena. Lo que han revelado estas excavaciones es importante para imaginar el ambiente en que ella vivió, pero también puede ayudarnos a entender mejor el mundo en que vivió Jesús. La ciudad estaba situada en la orilla occidental del lago Genesaret, a medio camino entre Cafarnaún y Tiberias, justo debajo del monte Arbel, donde la franja de terreno entre el lago y el monte se estrecha, configurando así un paso estratégico en la ruta que unía las regiones del norte y del sur del lago.
Además de un lugar estratégico, el emplazamiento era especialmente saludable, pues los vientos dominantes que llegan desde el Mediterráneo por el torrente al norte del Arbel limpian constantemente el aire de la zona. Fue este hecho, junto con la cercanía a los caladeros del lago, lo que propició la creación de una floreciente industria de conserva de pescado en Magdala. De hecho, el nombre griego «Tariquea» se refería originalmente a los recipientes para la elaboración de conservas. La zona excavada hasta ahora se encuentra en dos propiedades: una situada al sur, que pertenece a la Custodia de Tierra Santa, y otra situada al norte, propiedad de los Legionarios de Cristo. La zona sur ya fue excavada en 1970 por Virgilio Corbo y Stanislao Loffreda, pero han sido sobre todo las campañas más recientes, realizadas por Stefano de Luca y Anna Lena entre 2006 y 2012, las que han revelado la importancia de Magdala.
Por su parte, la zona norte, después de que los arqueólogos Dina Avshalom-Gorni y Arfan Najjar descubrieran los restos de una antigua sinagoga, comenzó a ser excavada de forma sistemática el año 2010 bajo la dirección de Marcela Zapata-Meza. Además de estas excavaciones sistemáticas, al norte de ambas propiedades se han llevado a cabo diferentes exploraciones que han confirmado la importancia y la extensión de la ciudad. Estas diversas exploraciones han revelado una ciudad mucho más grande y desarrollada de lo que imaginábamos. Aunque las dos zonas excavadas son relativamente pequeñas, los edificios y estructuras urbanas encontrados en ellas muestran que se trataba de un asentamiento urbano muy notable.
No cabe duda de que se trataba de una polis, es decir, de una ciudad, cuyos barrios y aldeas dependientes se extendían a lo largo de la llanura de Genesaret. Estos datos coinciden con lo que Flavio Josefo dice acerca de la ciudad, sus edificios, el número de sus habitantes y la capacidad de su puerto. Aunque él la conoció después de la remodelación urbanística llevada a cabo por Agripa II a mediados del siglo I d.C., las informaciones que da de pasada sobre ella son muy útiles para reconstruir la ciudad de María Magdalena.
LA HISTORIA DE LA CIUDAD
Magdala fue una ciudad floreciente, pero su historia fue relativamente breve. Sus orígenes están vinculados a la ocupación judía de Galilea como parte del proyecto político y religioso de expansión promovido por los gobernantes asmoneos. Los datos y fechas de esta ocupación de Galilea son difíciles de precisar, pero diversos indicios revelan que comenzó a mediados del siglo II a.C. y que fue progresiva.
Las excavaciones de Magdala confirman esta suposición, pues, aunque hay indicios de que en la zona hubo asentamientos anteriores, el trazado de la ciudad y sus edificios más antiguos datan de la segunda mitad del siglo II a.C. Lo más probable, por tanto, es que a los primeros asentamientos en la zona siguiera la planificación y edificación de la ciudad, que habría tenido lugar durante el reinado de Juan Hircano (139-104 a.C.). El trazado urbano de Magdala revela que fue cuidadosamente planificada. Posee una disposición ortogonal, con calles rectas que formaban la retícula característica de las ciudades helenísticas y romanas. El cardo o calle principal discurría en dirección norte-sur y formaba parte de la Vía Maris, la calzada que bordeaba la orilla occidental del lago.
Paralelamente a ella había otras calles, todas ellas atravesadas transversalmente por una serie de decumani, que discurrían en dirección oeste-este, y llegaban hasta la orilla del lago. Esta estructura urbana es perfectamente visible en las zonas que han sido excavadas y también en las exploraciones preliminares realizadas al norte de las mismas.
A la primera fase de construcción pertenecen algunos de los edificios más emblemáticos de la ciudad: la plaza porticada, que conectaba la calle principal (al oeste) con el puerto (al oeste y al sur) y con los baños (al norte). Todos estos edificios, así como otros situados al norte de este centro urbano, son de época asmonea.
Esto significa que Magdala fue la primera gran ciudad de Galilea y que su construcción se inscribe en el proyecto de expansión del reino asmoneo. Dentro de este proyecto, Magdala desempeñó un papel crucial. Políticamente, era el centro administrativo que controlaba el entorno rural y, de hecho, fue siempre la capital administrativa de la región. Económicamente, la ciudad fue pensada como un gran centro industrial y comercial; la industria principal fue la elaboración de conservas de pescado; por su parte, el gran puerto, construido según el modelo de los puertos del mar Muerto, hizo de ella, como veremos, un importante centro comercial.
Como centro administrativo y económico, Magdala dinamizó la vida de la región y contribuyó decisivamente a configurar la Galilea que conocieron Jesús y sus primeros discípulos, entre ellos María Magdalena. La conquista romana de Palestina el año 63 a.C. señala el punto de declive de este primer florecimiento de la ciudad. Sin embargo, Magdala volverá a tener un papel importante en la vida de Galilea durante el período herodiano (37 a.C.93 d.C.).
En este período hay dos acontecimientos significativos que marcaron la historia de la ciudad.
El primero de ellos fue el programa urbanístico llevado a cabo por Herodes Antipas en Galilea.
El segundo fue la incorporación de Magdala al reino de Agripa II a mediados del siglo I d.C.
Durante su dilatado reinado en Galilea (4 a.C.39 d.C.), Herodes Antipas reconstruyó la ciudad de Séforis, cerca de Nazaret, y construyó de nueva planta una nueva ciudad a solo 5 km de Magdala: Tiberias.
Este último hecho muestra que no tenía control sobre Magdala. En los más de cien años que habían pasado desde su construcción, la ciudad asmonea se había consolidado como la capital natural de Galilea, gracias, seguramente, a sus vínculos con los asentamientos judíos de las zonas rurales. Esta es la Galilea en la que los gobernantes herodianos no logaron entrar. La construcción de Tiberias expresa, por tanto, una tensión entre la Galilea asmonea y los ocupantes herodianos; una tensión que se refleja en ciertos dichos de Jesús (Lc 9,57-58; 13,31-33).
El segundo acontecimiento significativo fue la incorporación de Magdala al reino de Agripa II a mediados del siglo I d.C. Agripa II reinaba en los territorios al noreste del lago Genesaret —Batanea, Gaulanítide y Traconítide—, que estaban conectados con las rutas comerciales de Oriente por tierra y por mar. La incorporación a su reino, en tiempos del emperador Nerón, de Magdala y Tiberias hizo que ambas ciudades quedaran mejor situadas en el entramado de las rutas comerciales de la región. De hecho, las excavaciones arqueológicas han revelado que en esta época tuvo lugar una intensa labor constructiva y reconstructiva que cambió la fisonomía de la ciudad. El nuevo florecimiento de Magdala fue efímero, pues la guerra contra Roma (66-70 d.C.) dejó asolada la región. Aunque en los años posteriores la ciudad siguió estando habitada, nunca recuperaría el esplendor que tuvo en tiempos de Jesús.
UNA CIUDAD MESTIZA
Los restos arqueológicos, lo mismo que las informaciones de Flavio Josefo, muestran que la ciudad, en tiempos de María, era un espacio de mestizaje cultural. Su ubicación en Galilea y su origen asmoneo la definen como una ciudad judía, diferente a las ciudades griegas de la Decápolis que estaban al otro lado del lago. Sin embargo, un viajero que llegara de Oriente o de Arabia encontraría pocas diferencias entre Hippos y Magdala.
Al llegar a esta última, tras realizar la breve travesía que separa ambas ciudades, no tendría la sensación de haber llegado a un mundo distinto. Sin embargo, si este viajero decidiera quedarse algunos días en Magdala, seguramente percibiría algunas diferencias importantes entre la ciudad de la Decápolis y la de Galilea. Lo primero que advertiría este viajero al llegar a Magdala es la estructura ortogonal de su trazado urbano. En la Antigüedad, el plano urbanístico decía mucho acerca de una ciudad, y el de Magdala revelaba que era una ciudad grecorromana. Pero no era solo el trazado urbano lo que revelaba su vinculación con este mundo.
Había otras construcciones emblemáticas que lo confirmaban. Ante todo, los baños públicos, a los que se podía acceder directamente desde el malecón del puerto comercial desde la calzada principal, que formaba parte de la Vía Maris, y atravesaba la ciudad en dirección nortesur. Este tipo de baños era una seña de identidad de las ciudades romanas de Oriente, sobre todo de las que tenían puerto.
Al llegar a ellas después de largas travesías, los viajeros esperaban encontrar instalaciones de este tipo, que también utilizaban los habitantes de la ciudad, aunque no todos, pues los baños de estas ciudades eran un privilegio de pocos. Tal vez por eso, en la puerta por la que se accedía a ellos había un mosaico con dos palabras griegas —kai sy: «y tú»— que protegía a sus usuarios del mal de ojo que podían provocar las miradas envidiosas de los de fuera.
Los baños de Magdala son una de las construcciones más sólidas y elegantes de la ciudad. Los arqueólogos han identificado dos fases de construcción, una de época asmonea, que seguía el modelo de los baños griegos, y otra de época herodiana, que incorporó los elementos propios de las termas romanas: vestuarios, piscinas de agua fría, templada y caliente, el hipocausto para calentar los ambientes, etc.
Los adornos femeninos encontrados en una sección de los baños indican que estos fueron usados no solo por hombres, sino también por mujeres, al menos durante la época herodiana. Cerca de los baños encontramos otro edificio verdaderamente peculiar, pues se trata de las únicas letrinas públicas halladas hasta el momento en el Oriente romano.
Este tipo de letrinas con diversos asientos construidos sobre un canal de agua corriente son comunes en las ciudades romanas de Occidente, pero no en Oriente, donde estas necesidades fisiológicas no solían satisfacerse en compañía de otros. Los baños y las letrinas de Magdala, al igual que el trazado urbano, muestran que era una ciudad grecorromana.
Flavio Josefo menciona también la existencia de un hipódromo, que es un edificio típicamente helenístico, pero aún no se han encontrado sus restos. En todo caso, estos edificios y estructuras típicamente griegos no lo dicen todo sobre Magdala, pues en ella se han encontrado también otros restos que revelan la identidad judía de una buena parte de sus habitantes. El más visible es, sin duda, la sinagoga hallada en las excavaciones de la zona norte.
El descubrimiento de esta sinagoga en 2009 despertó gran interés, pues hasta esa fecha no se había encontrado en la región ninguna sinagoga del siglo I d.C. Se trata de un edificio cuadrangular con dos bancadas concéntricas separadas por un pasillo adornado con mosaicos. La historia precisa de este edificio es aún objeto de debate, pues los arqueólogos no han publicado todavía el informe final de las excavaciones. Parece ser que el edificio fue construido a mediados del siglo I a.C., aunque no es seguro que en esta primera fase se usara como sinagoga.
Hay indicios también de una remodelación tal vez en tiempos de Agripa II, que no llegó a concluirse debido a la guerra judía. En todo caso, la disposición del edificio y el descubrimiento reciente de otras sinagogas similares en la región sugiere que, en efecto, se trataba de un lugar de encuentro, tal vez la sinagoga donde se reunían los habitantes judíos de un barrio de la ciudad. En esta sinagoga se descubrió una piedra cuidadosamente tallada con representaciones que hacen alusión al templo de Jerusalén.
Aunque se trata de un elemento móvil, que no forma parte de la estructura del edificio, el hecho de que fuera encontrada en la sinagoga podría ser un indicio de la vinculación de aquella comunidad con la ciudad santa y su Templo, lo cual confirma el carácter netamente judío del edificio. Finalmente, en el entorno de la sinagoga se han descubierto un grupo de casas amplias, de estructura sólida y cuidada pavimentación, que poseen pequeñas piscinas para los baños rituales judíos (miqvaot).
Este tipo de baños rituales muestran que quienes habitaban estas casas eran judíos observantes. Las termas romanas y las letrinas públicas están muy cerca del barrio de la sinagoga. La convivencia de elementos arquitectónicos que connotan identidades diversas es un reflejo, sin duda, de la convivencia que existió entre quienes los habitaban. Magdala fue, sin duda, una ciudad mestiza.
UN IMPORTANTE NÚCLEO COMERCIAL
El mestizaje cultural y social de Magdala tiene que ver con la actividad comercial que se desarrollaba en ella. Testigo privilegiado de esta actividad es el imponente malecón de más de trescientos metros que se extendía a lo largo de la orilla del lago. Partes de este extraordinario puerto fluvial han sido identificadas en las dos excavaciones, y es muy probable que diversas secciones del mismo hayan tenido funciones también diversas en relación con la actividad comercial de la ciudad. Aunque la estructura del puerto de Magdala se encuentra hoy alejada de la orilla del lago, ello se debe a que el nivel del lago ha ido cambiando con el tiempo.
Estudiando los sedimentos conservados en la pendiente oriental del malecón, se ha llegado a la conclusión de que el nivel del lago en el siglo I d.C. corresponde al del puerto encontrado. En su extremo más meridional, que es el que ha sido excavado con más detalle hasta ahora, el puerto bordeaba el lado este y sur de la plaza porticada antes mencionada. Era una construcción monumental, pensada tal vez para impresionar a quienes llegaban a Magdala procedentes de la otra orilla del lago.
En este último tramo, la parte del muro que da al lago presenta una serie de argollas dispuestas a intervalos regulares. Inicialmente se pensó que podrían ser puntos de atraque para los barcos, pero hoy sabemos que se trata de anclajes para grúas de carga y descarga rápida, lo cual vincula esta parte del puerto a un tipo de comercio particular.
Si tenemos en cuenta que al otro lado de la plaza porticada se encuentra la calzada que conducía hacia los puertos del Mediterráneo, no es aventurado pensar que las mercancías que llegaban al puerto de Magdala desde la otra orilla del lago eran directamente trasladados por esta vía a dichos puertos, desde donde podían fácilmente alcanzar los mercados de todo el imperio.
Estos productos procedían en gran medida del Lejano Oriente. Eran bienes preciados como seda o las especias, que llegaban por mar a los puertos de la península Arábiga desde China o la India, gracias al reciente descubrimiento de los vientos monzones. Desde allí eran trasladados, junto con otros los productos locales como el bálsamo, hacia el norte, buscando los puertos del Mediterráneo. El emperador Augusto fue el gran promotor de este comercio con Oriente, que le reportaba grandes beneficios gracias a los impuestos con que eran gravados en los puertos de Egipto.
Para evitar este gravamen, las tribus de Arabia, entre ellas los nabateos, organizaron una ruta caravanera que trasladaba estas mercancías por tierra hasta encontrar los puertos mediterráneos de Palestina. Magdala estaba situada en un lugar estratégico, con la ruta caravanera al este y los puertos al oeste, y se benefició de esta ubicación privilegiada. Las monedas encontradas en las zonas excavadas testimonian lo importante que fue el comercio para Magdala.
En total se han hallado hasta ahora unas cinco mil monedas, la mayoría de ellas de época asmonea y herodiana. En la zona se han hallado también restos de cerámica procedentes de Chipre, Rodas o Asia Menor, restos de mármol provenientes de Iasos y Frigia, ungüentarios de Arabia o lujosos instrumentos de aseo y adorno personal. Pero la economía de Magdala no solo se sustentaba en el comercio. Su nombre griego, como hemos visto más arriba, alude a lo que seguramente fue su industria principal: la elaboración de conservas y salsas de pescado, el famoso garum, que se exportaban a otras regiones del imperio.
La materia prima de esta industria procedía de la pesca del norte del lago, lo cual conecta a Magdala con Cafarnaún y Betsaida, y con sus pescadores, que venderían gran parte de sus capturas en Magdala. En las excavaciones de la parte norte se han identificado algunas estructuras que pudieron haber sido utilizadas por esta industria. Muy probablemente, una parte del puerto, menos vistosa tal vez que la sección comercial, habría estado dedicada a ello.
Los vientos que soplan desde el Mediterráneo en dirección al lago facilitaban la ubicación de este tipo de industria en Magdala. La intensa actividad industrial y comercial que tuvo lugar en Magdala definió la naturaleza de esta ciudad, pues estas actividades no solo le aportaron beneficios económicos, sino también la posibilidad de entrar en contacto con personas e ideas procedentes de regiones muy lejanas.
MAGDALA, LA CIUDAD DE MARÍA
Las excavaciones de Magdala nos están revelando la fisonomía de una de las principales ciudades de Galilea en tiempos de Jesús. Aunque los evangelios no la mencionan —como tampoco mencionan ninguna otra ciudad de Galilea—, es imposible que Jesús no la conociera, y muy poco probable que no la visitara. La vinculación de Magdala con los enclaves judíos como Nazaret hacía de ella, sin duda, un lugar más familiar que las nuevas ciudades construidas por Antipas.
Por otro lado, hay aspectos de la forma de hablar y de la enseñanza de Jesús que se explican mejor si estuvo en contacto de alguna forma con el mestizaje cultural y étnico de Magdala o pudo encontrarse con personas de ideas muy diversas. En todo caso, más allá de las conjeturas que con mayor o menor acierto podamos hacer, resulta evidente que lo que sabemos de Magdala nos invita a revisar, una vez más, la idea que tenemos de Galilea. Hace unos años, cuando se descubrió el intenso intercambio regional que testimonian los restos de cerámica, abandonamos la idea de una Galilea aislada y rural. Un poco más tarde caímos en la cuenta de que la Galilea de Jesús no era solo una región bien conectada, sino que formaba parte del Imperio romano.
Los hallazgos de Magdala nos invitan ahora a situar esta región en un horizonte más amplio que incluye las relaciones comerciales con Arabia y el Lejano Oriente. Y todo esto, ¿qué nos revela acerca de María Magdalena? En realidad, nada concreto que podarnos probar con datos. Y, sin embargo, es mucho lo que nos dice acerca del ambiente en que pudo haber crecido esta mujer que ocupó un lugar importante en el grupo de los primeros discípulos de Jesús. ¿Acaso procedía de una familia importan jopa te de la ciudad? ¿Fue esta posición social y su falta de vinculación a un varón lo que propició que ocupara este lugar? ¿Qué aportó al grupo de Jesús y al naciente movimiento cristiano el hecho de haber crecido en una ciudad mestiza y abierta al mundo? No lo sabemos, pero, ciertamente, el hecho de haber vivido en Magdala fue determinante en su vida y, sin duda, debió de influir en el papel que desempeñó en los inicios del cristianismo. Así lo atestigua el hecho de que en el grupo de los creyentes en Jesús fuera conocida como María, la de Magdala.