"El Nuevo Testamento fue una revelación"


 

Javier, 56 años, cuenta su experiencia de encuentro con Jesús de Nazaret, desde la lectura del Nuevo Testamento y la participación en los Grupos de Jesús. Todos las semanas se le puede ver en nuestro templo parroquial,  celebrando la eucaristía. Ha recuperado a Jesús y la Eclesialidad de la fe.

 

Tengo 56 años. Nací en una familia católica. Estudié en un colegio religioso. Allí conocí a Jesús de la mano de unos sacerdotes jóvenes y con iniciativa que organizaban excursiones a la naturaleza, grupos de oración, misas de juventud y toda una serie de actividades que nos daban la oportunidad de abrirnos al mundo, hacer amigos, aprender y crecer. Lo que ofrecían era genuino y participé con entusiasmo. Conforme avanzábamos en edad se ampliaba el panorama, nos formábamos como monitores de educación en el tiempo libre, acudíamos a campos de trabajo en zonas rurales, tomábamos un primer contacto con la marginación social. No sé bien cómo, pero ante tal riqueza de experiencias, Jesús se me iba quedando en un segundo plano. Yo era un muchacho inquieto, quería hacer muchas cosas,  probarlo todo.

 

El paso a la universidad supuso el abandono de este entorno, la entrada en toda otra serie de contextos y el olvido de Jesús. Durante muchos años me entregué con intensidad al estudio y a la práctica de la psicología clínica, la pedagogía social, la cooperación internacional, los derechos humanos. Fue una época plena de trabajo, viajes, relaciones, vida en pareja. Compartir, explorar, conocer llenaban mi tiempo y daban sentido a mi existencia. Me sentía feliz.

Una serie de circunstancias llevaron al derrumbamiento de todo esto. Mi abuelo, mi abuela y mi padre, personas cubiertas en lo económico, social y familiar, murieron en soledad. Mi pareja, de fuerte implicación emocional y mundo compartido, se rompió. Me diagnosticaron una enfermedad incurable. Me vi en un callejón sin salida y sumido en la perplejidad. No entendía nada. No tenía qué perder. Se me había ido lo que más amaba en este mundo: mis seres queridos y mi propia identidad personal. Así que decidí tomarme un tiempo.

 

Tuve la ocasión de vivir y trabajar en el campo, en una comunidad de inspiración sufí que me acogió sin pedir ningún tipo de profesamiento religioso. A partir de ahí entre en contacto con diversas corrientes de medicina natural y tendencias espirituales taoístas, vedantas y budistas. Comencé a practicar regularmente meditación zen. Recibí ayuda desinteresada de muchas personas, trabé nuevas amistades. Las heridas iban curándose y se abrió una ventana a la trascendencia. Yo era una criatura, y había Alguien que estaba conmigo y me amaba. Volví a la vida.

Ese Alguien en un principio era una entidad real, pero abstracta. Sentía la necesidad de conocerla, de concretarla en un marco de sentido y una comunidad de vida. Me sentía y movía a gusto en los lugares en que vivía, pero no me aportaban eso profundo que yo buscaba. En mis lecturas solía encontrar referencias al Nuevo Testamento, así, que me decidí a leerlo. Fue una revelación: ahí estaba. Jesús, con quien había comenzado mi andadura y a quien bien pronto había abandonado, tenía la respuesta.

 

En casa de mi madre encontré el libro de Pagola: los Grupos de Jesús. Por curiosidad le eché un vistazo, y me pareció una propuesta sugerente y apropiada para mi situación, ya que estaba abierta a cualquier persona. Así que me decidí a participar y me acerqué a la parroquia con la intención de entrar en un grupo.

 

Y aquí estoy, caminando poco a poco. Esta vez quiero ir en serio y con paso firme. Jesús me ha devuelto la esperanza y todo lo que pueda darle de mí ha de ser verdadero, con raíz y fundamento.